martes, 28 de junio de 2011

Grandes Despedidas


Tendría cuatro años.
Algo así.
Era un terremoto 16 horas al día.

Un día decidió que las cacerolas de mi madre eran mucho más divertidas que las muñecas con vestidos rosas.
Y tocarlas con la cuchara de madera ya ni te cuento.

Aprendió a hablar muy pronto.
Y a callarse demasiado tarde.

Así que dedicaba la mayor parte de su tiempo a correr por toda la casa dándole con la cuchara de madera a todo lo que encontraba e inventándose canciones que casi siempre terminaban con la palabra “mariposa”.
Ni que decir tiene que tenía un oído enfrente del otro.


Sus padres decidieron, en su comprensible desesperación, apuntarla a clases de algo para que no estuviera toda la tarde dando la lata.
Su madre quería apuntarle a ballet y cosas de esas, porque además de cantar también encontró entretenimiento en bailar y saltar a lo lago de los cisnes en el salón de la casa.

Pero un día pasaron por una escuela de música en la que no depararon nunca. Seguramente llevaría poco tiempo abierta.

Al poco tiempo ese terremoto estaba haciendo percusión otra vez. Pero con tambores de verdad.


Es curioso el destino, ¿Verdad? Nadie sabe qué habría pasado si en vez de pasar un día por casualidad por aquella escuela de música hubiera terminado bailando ballet.

Las cosas siempre pasan por una razón en la vida.

Quizás no sería la misma. Seguiría teniendo un oído enfrente del otro, por supuesto. Y seguramente tampoco habría aprendido a querer a un trozo de madera con cuerdas.


15 años. 15 años en una escuela que ha sido su segunda casa. El lugar donde iba y se olvidaba de todo, donde daba igual si el día era malo o bueno… Eso era otro universo.
15 años queriendo ir día a día a clase, sin querer que llegara Julio y hubiera vacaciones.

15 años son muchos para despedirse de ellos.


Esa niña era yo.

Y hoy me he despedido de lo que ha sido mi vida durante 15 años.

He visto pasar profesores, alumnos, conciertos, Navidades, veranos, vacaciones…
Esa escuela es mía. Es mía digan lo que digan.


Las aulas nuevas, el cambio del suelo viejo por el parquet de secretaría, mis intentos frustrados con el piano, los dictados, los sugus, los juegos de iniciación musical, mi guitarra.

Mi guitarra que ha venido conmigo a todas partes. Y que me acompañará en este nuevo viaje.

Me ha costado elegir un tema para estrenar este nuevo blog, porque creía que no había ninguno que me llenara lo suficiente como para merecer ese privilegio.
Hoy ha sido el día, hoy me ha dado un motivo.



Soy consciente de que empiezo un nuevo camino, una nueva etapa. Que habrá momentos malos, y buenos, que compensarán los peores.
Y en esta última semana me estoy despidiendo de muchos “trozos de vida” almacenados.

De amigos, de familiares, de sitios, de la facultad…
Pero puedo asegurar que la despedida que más me duele es ésta.


Seguiré tocando, lo poco o lo mucho que sepa, seguiré cantando, dejando sordos a los vecinos.
Seguiré en la búsqueda de ese “segundo hogar” del que hoy me quedo huérfana.

Y seguiré agradeciendo de por vida a todas esas personas que han pasado por la escuela, que me han enseñado algo, y me han hecho ser un poquito mejor persona.

A Aurora, a Sefran, Cristina, Mariló, Estanis, Eduardo, Lola, Macu, Andrés, Néstor…


A todos os guardo aquí dentro, os llevo conmigo, y prometo que nos encontraremos en el camino.

Y prometo llevar a mi hija a esa escuela, cuando empiece a darle golpes a las sartenes con alguna cuchara, para que encuentre el refugio que yo encontré en ella.

De todo corazón, y con muchísimo cariño, no os olvidaré.

Hasta muy pronto compañeros.


Grandes Despedidas