Atravesar las nubes para caer en lunas rojas.
Inspirar, suspirar. Inhalar, exhalar.
Aire de limón.
Dejas de ser mi ciudad para purificarme.
Para sanarme.
Y reencontrar.
Difuminar las líneas de un octubre. Y cortar los tramos de
tus manías.
Para abrir la vía de tus besos.
Y madrugadas que dejarán de ser calurosas para convertirse
en rutinas.
Paredes que, vacías, buscarán canciones de verano.
Nudos de miedo, de ansia. De tus croissants acompañando mi
té.
De que me sangras, me clavas.
De que te quiero aquí, ahora y siempre.
Cuerdas que el destino tensa, y la distancia quema.
“Ya no me necesitas, ya no hay línea directa.”
Pesadillas que me borras, con tus manos de limpiar grandes
desastres.
La promesa de saber que sabes que seré algo grande.
Tus miedos, tu ignorancia a veces. Tu forma de decirme que
me quieres sin perderte.
Los nuevos aires, los nuevos vínculos. Las nuevas cenas, las
nuevas conversaciones. Los jerseys que me robas y nunca me devuelves.
Los domingos tontos. Con tu taza y la mía. Las risas, las
salidas. Los lavabos atascados.
Tus atranques lingüísticos. Y como supe que no todos son
como Merkel.
Las ventanas abiertas, las cosas que desaparecen, las tardes
de compras, los trenes soporíferos.
Y tú. Mi vida. Mi sonrisa, mis ganas.
Mi Madrid particular.
Mi trocito de Plaza, de Callao, de Debod.
Mi parcela en Moncloa. Mis paseos en Ciu.
Mi billete de vuelta.
Por si aún no lo sabes, y por si se te olvida en invierno,
Te amo.
A ti, y a tus días de lluvia.