lunes, 22 de octubre de 2012

Frío


En Madrid algunas veces noches se ven las estrellas.
Y suenan cajas de música.
Algunas noches hace frío.
Y cada manta es un pensamiento que pesa.
Y forman un refugio. Del que no tienes que salir si no quieres.

Las canciones, los lugares, los planes. Son un mar.
La excéntrica melancolía de gastar un paquete de pañuelos de casa.
Casa.
Las palabras que van a libro en blanco, buscando su sitio.
Los latidos a los que no les das nombre.
Las cosas, las formas, y esa estupidez de aferrarse a lo que hay.
Y proteger un puñado de papel con un fuerte hecho de salitre.

La necesidad. Y la certeza de que ya hay bastantes primaveras para perdonar.
Para sopesar.
Los hilos, los cabos, las cadenas que no ayudan, ahogan.

El deseo de que la noche no acabe nunca y las estrellas no cesen.
Y el silencio siga ahí.
Para poder escuchar los latidos fuera del ruido de la ciudad.

Y simplemente… Dejar pasar.
Dejar pasar estrellas. Hasta que alguien llame a la puerta.
Y pregunte, ¿Dónde estoy?

La misma pregunta todas las mañanas.
Y la misma respuesta. Por más que pase el tiempo, siempre es la misma respuesta.
Y ni la niebla ni el hastío quebrantan las decisiones.
Más que decisiones, son destinos.

No sé cómo te va por allí.
Ni qué hay, ni si es como lo pintan.
En Madrid a veces hace un poco de frío. Y yo me tapo con tus mantas y veo bailar a la bailarina.
Y aunque me gustaría volver a aquellos días de hastío y niebla y volver a tomar la misma decisión, me siento un poco menos sola.
Y convierto los hilos en bufandas.

lunes, 16 de julio de 2012

Tropiezos.


La conocí en una estación sin rumbo. En uno de esos momentos en los que te pierdes en intercambiadores. En Nuevos Ministerios.

Y su manía de tropezar con cada cosa móvil o inmóvil me ayudó a encontrar la salida a los cercanías lo más rápido posible.

Y como en un tren de dos plantas, me subí a lo loco, como si temiera perder el asiento.

Y me acuerdo de aquella conversación en mi sofá,  cuando aún estaba azul y no tenía manchas, cuando  no supe responder exactamente que pensaba.

Y en el instante en el que separó lo rojo de lo blanco, supe que quería una vida con ella.

Y en mis viajes en trenes, empecé a maquinar diseños de puertas mágicas, de relojes que no tienen tiempo.

Para volver a noches de lluvia a las 5 de la mañana.



Llevo cuatro meses tropezándome con cosas. Con el sofá, con mesas, con farolas, con perros.
Porque todo lo malo se pega.
Y tropezándome también con notas, con besos, con su ropa.

Contando días y haciéndome promesas firmes de que “si me hago el análisis sin llorar, se me recompensará”.
Haciendo peripecias para que en la tarjeta del móvil quepan todas sus fotos. Hasta las borrosas.

Cuatro meses comiendo jamón y sintiéndome culpable porque no está aquí, comiéndose sigilosamente todo el jamón de la bandeja, con esa carita de inocente que pone, como si no fuera con ella la cosa.

Comprando más magdalenas de la cuenta y quitando mantas en mi cama, porque el frío ya no existe.
Reservándole mis minutos gratis de la tarifa plana.
Mirando recelosa sus pantalones, porque también me gustan a mi.


Hace cuatro meses que no me pierdo en ninguna estación,  y cuando lo hago, es porque me apetece perder el tren para quedarme con ella unos segundos más.

Porque me llevaría una tienda de campaña a esa estación para verte todas las mañanas.

Y porque te echo de menos, porque querría una puerta mágica.
Y no separarme de ti en toda la noche.

viernes, 6 de julio de 2012

Granada.


Granada es una cápsula en el tiempo.
En el tiempo y en el espacio.

La vida sigue y la tuya… Se para.
Como si las vidas pasaran deprisa y notaras esa aceleración cuando abres la ventana.
Y la tuya se estanca.
Y tienes esa sensación de pequeño agobio por correr, por ponerte en la misma posición.

Lo lograrás, sabes que lo lograrás dentro de un mes, cuando tu vida vuelva a ser la más rápida y tu tiempo el más cotizado.

Estas paredes son el lugar de la comodidad. Podría quedarme.
Podría quedarme y olvidar que tengo una vida rápida.
Podría y no pasaría nada.
Porque al final las vidas se cruzan y la tuya… Observa.

La tuya pende de un hilo el próximo otoño.

Puedes rendirte. Aceptar que has intentado llevar el ritmo y aún te cuesta.
Puedes quedarte. Siempre puedes quedarte.
Puedes volver. Puedes volver y seguir con tu plan.
Hay quien no lo notará.
Y puedes ver como hay castillos de naipes que se caen y otros que nacen solos.

Sólo intenta que no caiga nada importante.

Puedes… Podrías…
Podrías quedarte.

sábado, 5 de mayo de 2012

Lluvia.


Pasaba la tarde mirando por la ventana y viendo llover desde un piso alto sobre los tejados.
Observaba como la lluvia cubría una postal que ya no está. Y las montañas y su nieve dejaban de verse claras para empezar a ser un borrón tapado por nubes.

Mi mente andaba igual de borrosa que ellas.
E imaginaba otro cielo y otros techos, sobre los que ver llover.

Y las gotas se me asemejaban violentas cuando caían desde las nubes. Como si las echaran y las golpearan fuertemente contra el suelo.
Y ese chapoteo del agua era señal de noche fría, de día de tormenta y de melancolía.

Antes, las tardes de lluvia eran vacías, grises.


Hay otros techos. Otras perspectivas.
Otro cielo siempre gris, que se tiñe de negro cuando llega la tormenta.

Y cuando llueve el aire huele a tierra mojada. Y a campo, y a menta.
Y a saliva y a besos.
Y te oigo en cada golpeteo, y siento como cuando las gotas caen, lo hacen suavemente sobre el suelo.

Y me siento un poco como una de ellas. Cayendo desde arriba y reventando suavemente abajo. Vaciándome y llenándome.
Desbordando lo que tengo y mostrándolo.

Y la tormenta que viene calla el murmullo de las gotas. Estalla y lo paraliza todo.
Y el tiempo se ralentiza.
Y fuera llueve. Y truena. Y los techos se mojan y las nubes colorean al cielo de marengo.

Pero yo tengo el olor de la tierra mojada y esa sensación de plenitud que me desborda cuando caigo.
Y cuando miro el verde en la semioscuridad.
Y me estremece la suavidad y el calor al oír el golpeteo de las gotas de lluvia en tu pecho.

Y todo carece de importancia. Y el tiempo es relativo.
Sólo tengo la lluvia en mi habitación.
Y nada más puede romper ese instante.


Y ahora sé que si te fueras, cerraría los ojos cuando hubiera una tormenta, y plegaría mis ventanas.
Porque cada día de lluvia, estarás conmigo.

Y porque desde que estás aquí, los tardes de lluvia son lo más increíble que existe.


miércoles, 25 de abril de 2012

Alma. Capítulo 4.


Como el balcón al mundo, como el escenario donde todas las combinaciones posibles se suceden, Alma es el perfecto ejemplo del cambio vital.

Cada viernes, al llegar las diez, cada habitante, sea pequeño o grande (porque Alma está llena de pequeños habitantes) contempla admirado el gran momento de la semana. El gran momento de Alma.
Mike, como de costumbre, observa desde un  pequeño rincón la magnificencia de su ritual y se pregunta cómo es posible que todos acaten con tan poca resistencia el nuevo cambio de Alma.
Otro más desde que la conoce.

En su inagotable búsqueda de la verdad absoluta, Mike halló un punto discordante entre las combinaciones de Alma.
La verdad, que es así como se hace llamar, juega  a esconderse por los pasillos del sector nueve, camuflándose cuando hace falta de verdad entre los nudos productores de lágrimas.
Otras veces, coquetea con el tiempo, haciéndolo más inestable, alargándolo, acortándolo.
Algunas veces, sólo algunas, cae en la rutina.

El Señor preguntó a Mike en una ocasión si sería feliz sabiendo exactamente cómo funcionan los engranajes de Alma.
Si de verdad llegaría al límite de su comprensión, a la meta final de su existencia.
Y aunque en principio dijo que sí, que era quizás lo que más deseaba en ese momento, tras un periodo de reflexión llegó a pensar que el conocimiento de todo lo que le acontece no le daría la felicidad.

Porque la felicidad está en otras cosas.
Y eso, es quizás lo que Mike entendió aquella noche.
Que Alma cambia, como cambian las estaciones, y corre, como corre el tiempo y corren los momentos.
Y que hay veces que no depende de ella ser o no ser. Sino que hay otros universos que mueven sus latidos.

.

Alma despierta del gran letargo.
Un letargo que quizás se ha prorrogado por años, pero que nunca ubica un tiempo exacto.
Se dispone a mostrar a todos los habitantes sus colores, sus nuevos logros.

Todo está sumido en la mayor quietud posible, nada que desentone, nada que destaque.
Los trabajadores del reloj biológico no se atreven a mover las manecillas y los nudos dejan de palpitar, secando sus conductos.
Y entonces llega.

Alma palpita como nunca en su vida ha palpitado. Deleita a todos con su golpear incesante, como un magnético traqueteo.
Sus latidos se disparan, resuenan en todos los rincones de la ciudad.
Y una niebla blanca cubre las cabezas, hipnotizando y llenando de sopor a todo aquel que es capaz de dejarse llevar.

Mike suspira y mira al infinito.
Y quizás, sólo quizás, esboza una ligera sonrisa al oír su voz.

Y durante un instante todo queda en completo silencio.
El redoble.

lunes, 23 de abril de 2012

Casas.


Tengo una concepción extraña del tiempo.
Hay días que no sé qué hora es, y le digo a mi mente que reaccione y se mueva.
Hay pensamientos difusos. De inconstancia, de añoranza.
Como un déjà vu secuestrado.
La tranquilidad de saberte segura en algo que te duele.

Parecen años. Como si hubiera estado mirando por la ventana, viendo las estaciones pasar, y se me hubieran ido un invierno y un otoño al pestañear.
Y me encontrara ante esa línea que define el ser y el serás.

Como si hubiera perdido mi tiempo mirando las ventanas e imaginando cómo sería la vida tras de ellas, cuán acogedor sería su salón y cuánto calor habría dentro.
Y de pronto te das cuenta, de que el tuyo también puede tener calor.
Y lo que es más asombroso, de que hay entes que buscan rodear su línea de tus estaciones.
De pensamientos etéreos y palabras sueltas.

Y te sobrecoges.
Pensando en cómo sería todo si no hubieras elegido mirar ventanas.
Y hubieras preferido ver días pasar, dándote cuenta de cómo pasan las estaciones y sin pestañear.

He intentado encontrar el momento en el que todo cambió.
El instante que me hizo ver las cosas a través de la ventana.
Que me hizo sentir ese vacío cuando las palabras fallan, cuando hay una habitación en sombra.
Que me hizo reaccionar y me hizo ver las horas, y no los minutos.
Como cuando entras en un sitio y la ubicación de las cosas tiene un orden lógico en tu cabeza y de repente, un día cualquiera, la ubicación cambia.

Y he pasado tanto tiempo así, que las sombras de otras casas me acongojan, me asustan.
Me abruma pensar en nombres y en caras, cuando sólo me interesa el cambio de ubicación.

Porque no me creo que mi salón sea lo suficientemente luminoso.
Y porque quiero que mi pequeña primavera sea grande.
Grande como mis ganas.

domingo, 22 de abril de 2012

Abril.

Como los minutos que nunca quieres ver acabar.
Como el par de alas que te hacen falta. Te gana el silencio.
Abril llega lento, pasa rápido.

Como hacer un terremoto en un desierto.
Y que vuelen al aire millones de motitas de polvo.
Polvo que no sirve para nada, pero que levanta tormentas.

Se lleva todo lo que el invierno reservó.
Y se lo regalas, porque no quieres inviernos.
Sólo primaveras.

Es ese enigma sin resolver.
La vida, en sí. Que no termina de ubicarse en ningún sitio.
Cambiante, sorprendente.

Y llega ese motor que te hace olvidarte de desiertos, de enigmas y minutos.
Que te trae la coherencia que a veces te hace falta.
Que te mueve.

Que te quita el sueño.
Y te lo da en un estado de éxtasis soporífero.

Que come magdalenas y traspasa barreras.

Debe ser el polvo.
La falta de costumbre, las pocas charlas.
El usar hombros de pañuelo.
Esa cosa de volver a tenerlo.

Como no querer reparar jamás un motor.
Para que nunca se mueva.
Y me enseñe poco a poco como ubicarme en este nuevo mundo.
Y me duerma con sus besos.

Porque a veces, llega algo que te mueve.
Y barre desiertos y explota primaveras.

lunes, 9 de abril de 2012

Idiota.

Me gusta tu torpeza.
La manera que tienes de tropezarte, de olvidarte de las cosas.
De tartamudear.
Cómo tienes la extraña habilidad de llevarte por delante todo lo que encuentras.
Y tu risa de loca para suavizar la situación.

Me gusta tu manía de tirar la mochila al suelo cuando llegas a mi casa.
Y me gusta más aún el sentimiento de indiferencia que me provoca que todo esté hecho un desastre cuando estás aquí, porque eso es lo importante, nada más importante que el que estés aquí.

Me gustan las ganas que tengo de asesinar a las horas por pasar tan rápido.
Y la carita que pones cuando te digo que no han pasado tres horas, sino cinco.
Me gusta saber que inventaremos la puerta mágica.

Adoro lo bien que hueles.
Y como presionas mi espalda al abrazarme.
Como te echas el pelo hacia atrás, sin delicadeza ninguna.
Y como abres los ojos y los pones inmensos cuando te acuerdas de algo importante y dices: “eh, eh!”

Me gustan tus lunares.
Y me gusta perderme contándolos.
Tu boca cuando duermes.
Tu sonrisa.

Tienes una afición enfermiza a comer magdalenas.
Eres una friki horrorosa hasta el extremo.
Y nunca había conocido a nadie que supiera el significado exacto de “DS”.

Pero eres capaz de casi hacerme llorar de emoción en un vagón de metro.

Tienes la capacidad de ponerme los pelos de punta, de sacarme el corazón del pecho, de hacerme reír.

Y te agradezco infinitamente que me hayas enseñado qué era exactamente el deseo de fundirse.
Ese que tanto leía en los libros.


Me gusta la manera que tienes de tenerme despierta hasta las tres de la mañana.
La manera en que me coges la mano.
Y la ilusión que tienes por cosas idiotas.
Idiota.

Porque eso sólo lo entiendes tú.

Preciosa.

domingo, 25 de marzo de 2012

Cosas que pasan.

Que la vida te lleva por caminos raros no es ninguna sorpresa.
A menudo tengo la certeza de que cuánto menos probable parece el rumbo, más certero es.

Encontré una caja en mi camino.
En ese camino que recorro desde que decidí hacerme mayor y aprender a cocinar yo sola.
Y aunque a mis ojos era poco probable que la abriera y me encontrara algo interesante, lo hice.
La curiosidad mató al gato, otra vez.


Y era una caja llena de un montón de cosas.
De colores, de sonidos, de olores, de emociones.
De besos, de caricias, de abrazos, de palabras.

Y me entretuve con ella.
Y decidí quedármela en mi viaje.

Y entendí que ya no podría ver la vida de igual forma.
No desde que quise aprender a parar el tiempo en mi habitación.
Y que las horas se callasen.

Porque a veces lo extraordinario, lo asombroso, lo más… Increíble, está en sitios insospechados.
En autobuses, en teterías.

En contar lunares.
Como si fueran constelaciones.

En un mensaje recordándote algo que habías olvidado porque estabas pensando en otra cosa.
En la fórmula exacta para parar el mundo.


Eres la casualidad más perfecta que existe.
La única cosa que me hace reír sin saber muy bien por qué.
Mi única motivación a tirar papelitos por la ventana.

Eres una cosa tan… Tan tú.

Tan… idiota.

Que no tengo palabras para describirlo.

Y lo mejor es eso, que no se puede explicar.

Porque la vida te lleva por caminos raros.
Aunque eso… Ya lo sabes tú.

miércoles, 14 de marzo de 2012

La vida te lleva por caminos raros.

Alguien me dijo alguna vez que todo pasa por una razón en la vida.
Y aunque abanderé esa frase como filosofía de vida, nunca la he visto tan cierta como lo es ahora.

Porque todo pasa por algo, y ese algo lo entiendes después.


Ayer leí en un libro que las personas guardan en su mesilla de noche los objetos más preciados. Porque son los que te acompañan todo el día.
Desde que te levantas hasta que te acuestas, sólo se separan de ti en el momento del sueño.

Es curioso ver el contenido de una mesilla de noche.
Libros, notas, móvil, reloj, collares, pintalabios, regalos varios.
Mi mesilla ha cambiado mucho de contenido últimamente.

Alguien me dijo que cada cual tiene lo que merece, que el destino es sabio.
Y que la vida te lleva por caminos raros.
Muy raros.

He pasado toda la vida engañada.
Buscando cosas que no necesitaba en sitios inhóspitos, en personas que no lo concebían.
En el lugar equivocado.

Viviendo rápido.
Quemando etapas. Apurando estaciones.
Deprisa, demasiado deprisa.

Sin saber que lo que realmente necesitaba no era lo que tenía. Que siempre ha habido un “pero” en mi vida.

Había olvidado todas esas sensaciones.
La lentitud, el nerviosismo, la timidez, la sonrisa sincera, la incertidumbre, la curiosidad, la primavera.


Siento que me estoy redescubriendo.
Que empiezo a saber, que ya sé lo que necesito.
Que tengo otra vez esa calidez corriendo por dentro.

Y por extraño que parezca, no tengo prisa.

Porque la vida es sabia y te lleva por caminos raros.
Muy raros.

sábado, 3 de marzo de 2012

Narcolepsia.

Yo quería ir a ver las estrellas.
Me dijeron que en Madrid no se veían bien, y por más que me empeñe en demostrar que yo había visto más de una, no conseguí convencer de mi avistamiento.

Tengo la certeza de que aquella noche vi muchas estrellas.
Más de las que dije.

Brillantes, cercanas.
Imponiéndose sobre los rascacielos que rasgan el cielo de Madrid.

Las vi cuidarme, como poco tiempo atrás.
Velando mis sueños, entrando en mi subconsciente y susurrándome coordenadas estelares.
Asegurando mi descanso, guardando mi alma.

Las vi llamarme.
Las vi como las veo delante de la Alhambra en verano.

Aturdiéndome, adormeciéndome en un lecho cálido.
Sacando de mi todo lo negro y envolviéndome en una espiral de somníferos.

Narcolepsia.

Las estrellas que esperaron dejarse ver en un nuevo cielo ya no están.
Busco su dosis de narcótico, su poder para adormecer. Para sacar los nudos.
Pero no están.



Yo quería ir a ver las estrellas.
Me dijeron que en Madrid no se veían bien.

Y me prometieron un cielo más claro.
Y yo nunca lo creí.

http://www.youtube.com/watch?v=xdGXybo_joI

viernes, 2 de marzo de 2012

Atocha.

Atocha es el lugar donde las vidas se cortan.
El lugar donde se unen los nuevos caminos, donde las bombas explotan.

En trenes, en estaciones, en corazones.
Donde la oscuridad deja paso a la luz.

El lugar que elegiste para hacer una nueva línea de colores.

Atocha es el espacio de tiempo y lugar en el que puedes desgarrarte sin que nadie te escuche.

Es donde para el tren que has elegido coger.
Y donde acaba el trayecto del tren que explota.

Donde te sientes pequeña.
Tan, tan pequeña.
Que querrías parar el tiempo y tu cabeza diez minutos.
Y oír el silencio.

El que ya conoces, el que te saluda como un amigo.
Y te invita a acomodarte y ofrecerte una nueva estación.
La que tenías cuando nada más importaba.
Cuando todo estaba bien.

Atocha no tiene trenes para mí.
Porque hay trenes que cuando llegan a Gran Vía, revientan allí.

lunes, 16 de enero de 2012

Gran Vía.

Gran Vía es el cruce de nuestras vidas.
La fusión de nuestros colores.

Nuestro camino, lo guían líneas coloreadas.
Como el mapa de Metro.
Porque las relaciones son eso, un mapa de colores.

Las correspondencias, son puntos en común.
“Gran Vía, correspondencia con Línea…”

Y las paradas, estaciones de paso para guiar tu camino.


El andén es la sala de espera. El lugar donde observas quién subirá a tu nueva vida.
El tren es el impulsor de la fuerza.
La fuerza interna que tenemos.

El viento en el momento en el que llega, la estación vacía y de nuevo el silencio.
Y un muro impenetrable.

Es el momento en el que los caminos se separan.
En el que se cruzan datos.
Roces, miradas, periódicos.

Se filtran palabras.

Es el momento en el que todo empieza o todo acaba.
El retorno a casa.
El instante en el que el calor del suelo no calentará tu alma.


Gran Vía es el término de una etapa.
El comienzo de otra.
La lección de vida que necesitabas.

Te sentarás en el andén y verás las vidas pasar.
Preguntándote si entre esas cien cabezas hay alguien, como tú, que se pregunte en qué dirección va.

Aprenderás a ser empática, a ser dura.
A llorar en silencio.
A dar lo que te dieron.
A doler donde dolieron.

Comprenderás entonces, que en la fría Madrid, nadie te dará el mapa que necesitas.

Que no puedes subirte a todos los trenes.
Y que a veces, el más desvencijado puede ser el correcto.


Intuirás que algunas estaciones sólo son eso.
Estaciones.

lunes, 9 de enero de 2012

Justo lo contrario al amor.

Las personas tenemos una curiosa forma de ver las cosas.
Es complejo entender la mente de cada uno. Los pensamientos, los deseos.
Pero a veces con una mirada basta.


Tendemos a unirnos. A depender. A poseer.
A confundir términos, a mezclar sentimientos.
A necesitar atención, cariño, comprensión. Aunque eso no implique necesariamente algo más.


Solemos ser ambiciosos. Mentirosos. No con los demás, con nosotros mismos.
Cuando no sabemos qué queremos. A quién queremos.
Cuando lo queremos todo, y no podemos reconocerlo.
Somos nosotros los que estamos perdidos.


Nos hacemos los locos. Nunca sabemos que sentimos exactamente.
Hoy amor, mañana dependencia, ayer cariño.
Pero sabemos perfectamente como terminan los capítulos.



Pedimos lo que no podemos dar. Y lloramos cuando vemos el final.
El final.
Qué efímero. Qué rápido.


Todo se esfuma y volvemos a esa rueda.
A echar. De menos, de más, en falta.
A echar. De nuestra vida, de nuestra cama, de nuestro corazón.


A intentar calcar momentos, a investigar miradas.
Pedir con los ojos un “no me dejes, por favor”.


Como si la vida dependiera de ello.
De quedarnos colgados de una mirada y ver la vida pasar. De inventar que no hay nada más.
Nada más que regalar el tiempo y contar los días.
Como si esa fuera la única estrategia.


Dar y recibir un cambio. Hoy por ti, mañana por mí.
Un te necesito, pero no puedo.


Coserte a mi espalda.
Rendirme y derrotarme.


Como si fuera fácil volver al momento en que la rueda giró.
Y replantear mi existencia sin tus cosquillas.



Marcamos los días con bolígrafo, pintamos corazones en cristales, cuando el nuestro está de vacaciones.
Porque no quiere saber nada.
Esto es algo entre tú y su clavícula.


La historia de cómo perderse y esperar a que te encuentre.
De que se quede tus colores.


http://www.youtube.com/watch?v=tw3b6sfbv6g

domingo, 8 de enero de 2012

Alma. Capítulo 3.

Ya es de noche en la ciudad de Alma.
De noche no significa que el día haya acabado o que haya caído la luz.
Simplemente, es de noche.

No es muy tarde, sin embargo. Apenas las nueve y media pasadas.
Esa hora limbo. En la que si estás acompañado es porque así debía ser, y en la que si estás solo es o bien porque así lo quisiste, o porque no tienes con quien compartir esa hora.

Mike no decide.

A veces piensa que está tan enfrascado con los problemas de Alma, que se olvida de vivir su propia vida.
Incluso puede ser que el propio reflejo de su vida, sea el de Alma.

Hoy Mike sabe que Alma está triste.
No produce lágrimas ni bolas negras, de hecho la producción se ha ralentizado tanto que algunos obreros han optado por volver a casa antes.

Pero el siempre se queda con ella.
Como si con su simple compañía pudiera desatar sus engranajes.
Como si pudiera limpiar sus conductos. Reparar sus grietas.

Hace tiempo que Alma resurgió. Prácticamente resucitó.
Todos la daban por terminada, incluso el Señor.
Pero Mike sabía que daría el gran golpe final, se levantaría y una nueva Era empezaría.

Así fue.
En Alma desde entonces, los obreros visten de colores vistosos, elegantes. El trabajo es menos estresante, porque ya no hay tantos problemas en el núcleo. Basta con mantener las periferias.
La vida de los integrantes de Alma ha mejorado también.
Ya no tienen catástrofes, ni sobresaltos.

Pero el color de Alma ha cambiado.

Alma nunca tiene las agujas en los extremos.
No hay emoción, no hay acción.
Se deja llevar, se deja arrastrar, como si entendiera que la vida es eso.

Como si una simple máquina pudiera entender que no puedes controlar lo que pasa.
No puedes controlar los sentimientos, ni las emociones.

Y a Mike le gusta.
ÉL querría ser así.
Sin tener nunca palabras que decir. Sin sopesar las cosas, simplemente hacerlas, sentirlas.
Y que cuando salieran mal, siempre hubiera una tirita y un poco de plastilina para tapar la grieta.
No habría emoción, no habría acción.

¿Qué pasaría si el corazón fuese una máquina?