lunes, 9 de enero de 2012

Justo lo contrario al amor.

Las personas tenemos una curiosa forma de ver las cosas.
Es complejo entender la mente de cada uno. Los pensamientos, los deseos.
Pero a veces con una mirada basta.


Tendemos a unirnos. A depender. A poseer.
A confundir términos, a mezclar sentimientos.
A necesitar atención, cariño, comprensión. Aunque eso no implique necesariamente algo más.


Solemos ser ambiciosos. Mentirosos. No con los demás, con nosotros mismos.
Cuando no sabemos qué queremos. A quién queremos.
Cuando lo queremos todo, y no podemos reconocerlo.
Somos nosotros los que estamos perdidos.


Nos hacemos los locos. Nunca sabemos que sentimos exactamente.
Hoy amor, mañana dependencia, ayer cariño.
Pero sabemos perfectamente como terminan los capítulos.



Pedimos lo que no podemos dar. Y lloramos cuando vemos el final.
El final.
Qué efímero. Qué rápido.


Todo se esfuma y volvemos a esa rueda.
A echar. De menos, de más, en falta.
A echar. De nuestra vida, de nuestra cama, de nuestro corazón.


A intentar calcar momentos, a investigar miradas.
Pedir con los ojos un “no me dejes, por favor”.


Como si la vida dependiera de ello.
De quedarnos colgados de una mirada y ver la vida pasar. De inventar que no hay nada más.
Nada más que regalar el tiempo y contar los días.
Como si esa fuera la única estrategia.


Dar y recibir un cambio. Hoy por ti, mañana por mí.
Un te necesito, pero no puedo.


Coserte a mi espalda.
Rendirme y derrotarme.


Como si fuera fácil volver al momento en que la rueda giró.
Y replantear mi existencia sin tus cosquillas.



Marcamos los días con bolígrafo, pintamos corazones en cristales, cuando el nuestro está de vacaciones.
Porque no quiere saber nada.
Esto es algo entre tú y su clavícula.


La historia de cómo perderse y esperar a que te encuentre.
De que se quede tus colores.


http://www.youtube.com/watch?v=tw3b6sfbv6g

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