jueves, 18 de diciembre de 2014

Llovía

Y llovía.
Y otra vez una canción que sonaba a la misma hora, en cristales diferentes.
Podría haber cruzado fuego y dejarlo todo como estaba.
Podría haberlo hecho y entonces seguiría viendo los tejados resbaladizos.

Oiría el tic-tac del reloj, acelerando el tiempo y azuzándome esa angustia de la inmediatez.
De la inmensidad de un mundo que quiero que se haga pequeño.

Pequeño como este momento. Como el corte invisible que se me abre en el pecho y arroja luz.
Mi luz.

Llovía. Y supongo que podría haber cambiado la historia y azucararla hasta el límite.

O dejar que las cosas rotaran. Y el universo hiciera de pegamento.
Y empezar el 2015 en tiempo cíclico.

Arriba y abajo, girando sin parar. Sin detenerse ni un segundo.
Y me haría sentir cosquillas de montaña rusa.
Y reiría por dentro como una loca, llenando cada estancia vacía de color, en la ausencia de luz.

Estallarían corazones, reventarían las calles, colorearían mis días.
Y cosería cada agujerito, para no dejar que volviera a escapar.

Porque por fin llovía.
Por fuera y no por dentro.
Y por fin sentía que todo estaba en su sitio.

Y ya sabes que las ciudades se amanecen.
Y algunas lo hacen nubladas, para que sepamos apreciar el sol.

Y hoy los balcones se desperezaron entre la humedad. Y las ventanas se empañaron y llovía.

Llovía a mares, limpiaban muros, filtraban los amores.

Y en el fondo, una canción que se conoce bien, y unas gotas ondulando el amanecer.
Y mi amigo el miedo a la sombra, vigilándome con cautela.

Y podría haberlo huracanado todo.
Pero es que llovía.


Oh Dios, por fin ha llovido.