Y llovía.
Y otra vez una
canción que sonaba a la misma hora, en cristales diferentes.
Podría haber cruzado
fuego y dejarlo todo como estaba.
Podría haberlo hecho
y entonces seguiría viendo los tejados resbaladizos.
Oiría el tic-tac del
reloj, acelerando el tiempo y azuzándome esa angustia de la inmediatez.
De la inmensidad de
un mundo que quiero que se haga pequeño.
Pequeño como este
momento. Como el corte invisible que se me abre en el pecho y arroja luz.
Mi luz.
Llovía. Y supongo
que podría haber cambiado la historia y azucararla hasta el límite.
O dejar que las
cosas rotaran. Y el universo hiciera de pegamento.
Y empezar el 2015 en
tiempo cíclico.
Arriba y abajo,
girando sin parar. Sin detenerse ni un segundo.
Y me haría sentir
cosquillas de montaña rusa.
Y reiría por dentro
como una loca, llenando cada estancia vacía de color, en la ausencia de luz.
Estallarían
corazones, reventarían las calles, colorearían mis días.
Y cosería cada
agujerito, para no dejar que volviera a escapar.
Porque por fin llovía.
Por fuera y no por
dentro.
Y por fin sentía que
todo estaba en su sitio.
Y ya sabes que las
ciudades se amanecen.
Y algunas lo hacen
nubladas, para que sepamos apreciar el sol.
Y hoy los balcones
se desperezaron entre la humedad. Y las ventanas se empañaron y llovía.
Llovía a mares,
limpiaban muros, filtraban los amores.
Y en el fondo, una
canción que se conoce bien, y unas gotas ondulando el amanecer.
Y mi amigo el miedo
a la sombra, vigilándome con cautela.
Y podría haberlo
huracanado todo.
Pero es que llovía.
Pero es que llovía.
Oh Dios, por fin ha
llovido.