lunes, 26 de diciembre de 2011

Retales de Carnaval.

No me gustan las Navidades.
No me gusta Diciembre, ni me gusta Enero.
Ni el Fa sostenido con Re.

No me gustan los días tontos, desnatados.
Estúpidos, insípidos, aburridos.
Tristes.

Me gustaba el olor a mandarinas.
Y lo que ello significaba.
Intento retener el olor a níspola, pero se evapora como si no quisiera quedarse.

No me gustan las camas grandes, ni las luces apagadas en invierno.
Da la impresión de que el frío es el escenario perfecto de una película de terror.

Me gustan las tardes de manta y chocolate.
Sin nada que hacer, sin pensar que al día siguiente es lunes.
Me gustan los sábados.

Me gustan los colores, aunque intente echarlos de mi vida.
Y los molinillos de viento, las flores, las tartas, Ratatouille.
Oh Dios. Adoro a esa puñetera rata por mucho que me moleste reconocerlo.

Me crispa ver un papel en blanco y no ser capaz de escribir nada en él.
Ser tan putamente hermética.
No poder decir te quiero.

Solía regalar flores.
Y llevar margaritas a un trozo de césped.
Solía.

No me gusta tener ganas de llorar y no saber exactamente por qué.
De esas veces que simplemente te sientes triste.
Y no tienes quién te explique por qué.

Tenía miedo a la oscuridad.
Y ahora tengo miedo de las luces.
De que llegue Enero y el tiempo se vuelva cíclico.
Tengo miedo de perderte.

Daría lo que fuera por meterme en la mente de algunas personas.
O por volver hacia atrás o hacia adelante el tiempo.
Por revivir momentos.

Odio las mentiras.
Pero aún más las pequeñas mentiras.
Esas que no importan, y que empiezan a importar cuando se ocultan.

Evito situaciones que requieran corazón.
Y a pesar de que he perdido la esperanza,
Pienso que el tiempo pone a cada uno en su lugar.

Soy impaciente, muy, muy impaciente.
Cabezota.
Impulsiva, cotilla.
Y muy, muy gilipollas.

Tengo un mecanismo dentro que se acciona cuando desconfío.
Hace “¡Clack!” y todo lo que había dado se guarda automáticamente.
Incluida la ilusión.

Adoro los momentos sin importancia en lugares sin importancia.
Los paseos sin hablar.
Cuántas cosas se pueden decir sin palabras.

Los halagos sin esperarlos, los besos que no se piden.
La espontaneidad.

Me cuesta mucho decir las cosas.
Por eso escribo parrafadas obtusas.
Para que tengas que dar mil vueltas si quieres entenderlo.

Evito mirar a alguien pensativo.
Por si intuyo lo que le pasa, y no quiero saberlo.
Por si me he vuelto vidente sin saberlo, y descubro qué le pasa.
No me gusta la ignorancia, pero a veces necesito un respiro.

Sonrío a todas horas.
Con ganas y sin ganas.
Aunque si me conoces sabrás cuando tengo ganas y cuando no.

Me gusta el metro, a ratos.
Y el tren.
Y la sensación de no ser nadie, cuando no quieres serlo.

Me gustaba saber que tenía un sitio fijo.
Mi cuarto, mi salón, mi cama, mi casa.
A veces odiaba tenerlo.

A veces abro cajones.
Y sonrío. O lloro.
A veces las dos cosas.


No me gustan las Navidades.
Ni Diciembre, ni Enero.
No me gusta dormir sola.

No me gusta abrir cajones,
Ni el olor a incienso de fresa.

No me gusta el frío, ni los kilómetros, ni los días tontos.
Ni el olor a mandarinas.
No quiero que te vayas.