domingo, 22 de diciembre de 2013

Latidos.


Hay momentos en la vida que podrían cronometrarse con latidos del corazón.
Y entonces no tendríamos minutos, tendríamos microsegundos.

Como cuando algo te dice “para, para, mantén esto para siempre”. Y notas bombear dentro la sangre.
En la cabeza, en las manos, en el pecho, en los labios.
Y sabes que esa sensación la has tenido antes, que sigue ahí, latiendo.
Y quieres que se quede, que se quede para siempre.

Como cuando piensas qué pasaría, qué pasa, qué hay, qué no hay. Y el corazón no bombea latidos, bombea silencios.
Porque si los bombea, puede que se te pare.
Y te duele el estómago, se te encoje. Se te congela la cabeza, te viene un pseudo mareo y algo te presiona el pecho.
Y piensas “Dame microsegundos, que me sigue latiendo el corazón”.

Y te sientas a esperar en un banco a que llegue el invierno y consigas calentarte.
A que pase el tren, porque te bajaste antes.
Y a aprender a rezar con los latidos, para que los asientos del tren estén como tienen que estar.
                                                     
Y mientras pasa la tormenta de arena, aprendes a respirar.
A mirar con la cabeza alta. A confiar.
A confiar en que las palabras se queden.
Y a perder el miedo. A aprender a ser valiente.
Aunque muchas veces eso suponga pedir ayuda para seguir latiendo.

Y cuentas: pum pum.
Pum, pum, pum.
Ahí estás.
Quédate ahí, que necesito dormir un poco.
Y que al despertarme, estés a mi lado.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

De dobles veces.


Y aquí estamos otra vez.
Nunca te cansas. Nunca vas a cansarte de mi.
Y haces que todo alrededor tiemble.

Que sea frágil, que no sepa sostenerlo.
Que no me rompa, pero que me doble.

Y no puedo más.
No puedo verte pasando como el que va a  trabajar todas las mañanas.
No me sale llorarte, no me sale gritarte.

Sólo…Déjalo ahí.
Estoy cansada.

No puedo volver a mirar nuestras fotos.
Y comprobar que los años pasan, que pasan de verdad.
Y que no sé recuperarlos.
Que no sé cómo hacer que las cosas vuelvan.
Estoy muy cansada.

Tanto, tanto, que voy a quedarme aquí.
Voy a sentarme en este montón de hojas y voy a esperar a que hagas algo.
A que pasen las noches y febrero me atropelle.

Sólo voy a dejarme caer aquí y voy a esperar a que alguien venga a levantarme.
El tiempo que haga falta.
Cerraré los ojos y jugaré al juego.
Y no los abriré hasta que no sea verdad.

Y necesito, necesito que lo intentes.
Que intentes.
Que soples en las hojas secas y me hagas fotos nuevas.
Y vuelva a tener calor por dentro.

Un poquito, sólo un poquito.
Sólo un poco es suficiente.
Porque tengo tanto, tanto frío…

Sólo por las noches.
Sólo por las noches cuando las luces se apagan y las distancias se hacen un mundo entero.
Y vuelve otra vez.

Aquí estamos otra vez.

viernes, 11 de octubre de 2013

Otoño.


Y las ciudades se atardecen. Y eso es así.
Los días se espesan, los cielos cambian.
Y otros mundos nuevos llegarán.

Y me pesas.
Como las gotas de lluvia, que van mojando poco a poco, poco a poco…
Y te inundan una noche de otoño.

Y aún es pronto para decidir si te vas, me voy.
Si yo peso o tú te elevas.

Hay palabras nuevas, miradas nuevas.
Y quizá es temprano para saber hasta dónde se extiende el hilo.
Quizás no nos dé el tiempo, o los minutos sean más una cosa simbólica que poco importa.

Pero ayer te eché de menos.
Abriendo cajas de música, cerrando ventanas.
Tapando los resquicios que filtran el aire.

Supongo que aún es pronto para decidir colores.
Que los principios no siempre son finales, y que cuando llega octubre, volvemos a empezar.
Y cada año es otro más que apuntar en tu diario.

¿Sabes?
Las cosas ocurren por algo.
Tan sólo hay que dejar que pasen los otoños.

Y que las ciudades se amanezcan.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Grasse Matinée.


Supongo que hay días así.
De cansancio. De niebla.
De grasse matinée.
Días de esos en los que te meterías en una cama muy mullidita y llena de almohadones, y te darías un baño laaaaargo en una bañera llena de agua caliente.

Y dormirías no horas, días, días enteros. Y te alimentarías sólo de chocolate y mermelada, hasta que se acabaran las existencias.
Y te sentarías en la ventana y mirarías el mar y no se oiría nada más.

Días en los que te olvidarías de la alerta. Y borrarías nombres y fotos. Y te quedarías en un estado narcótico sin tener que inducírtelo.
Días en los que desearías que todos las aguas se confundieran, y hubiera un río por el que navegar.
Donde no existieran los idiomas, ni los teléfonos.
Y todos se extinguieran un ratito.

Y se parara el tiempo, pero de verdad. Y las horas no corrieran y pudieras ver siempre anochecer.
En pause, en ralentización del espacio.

Y no tendrías que imaginar nada al dormir. Podrías cerrar los ojos y, al abrirlos, ya sería por la mañana.
Y dejarías de tener piedras en los hombros.

Y habría paz. Paz de la que sólo tiene la gente que tiene paz de verdad. De esa que se imagina uno de color blanca, incolora y sin sonido. Paz. Paz blanca.
Y no habría sensación de peligro, ni de incomodidad, ni de soledad.
Sólo… Tranquilidad.

Y supongo que hay días de esos, de verdad.
Días que la gente anhelaría tener. Días para uno mismo y nadie más.
En un cerco en el que sólo entres tú y tú.

Y podría dejar de lado a todos los que se saben mi nombre.

Y tendría días así, de aire y blancos.
De tranquilidad.
Y supongo que sólo así descansaría.

Y empezaría a ver el mar desde mi ventana.

domingo, 25 de agosto de 2013

Noches. I.


Atravesar las nubes para caer en lunas rojas.
Inspirar, suspirar. Inhalar, exhalar.
Aire de limón.

Dejas de ser mi ciudad para purificarme.
Para sanarme.
Y reencontrar.

Difuminar las líneas de un octubre. Y cortar los tramos de tus manías.
Para abrir la vía de tus besos.

Y madrugadas que dejarán de ser calurosas para convertirse en rutinas.
Paredes que, vacías, buscarán canciones de verano.

Nudos de miedo, de ansia. De tus croissants acompañando mi té.
De que me sangras, me clavas.
De que te quiero aquí, ahora y siempre.

Cuerdas que el destino tensa, y la distancia quema.
“Ya no me necesitas, ya no hay línea directa.”

Pesadillas que me borras, con tus manos de limpiar grandes desastres.
La promesa de saber que sabes que seré algo grande.

Tus miedos, tu ignorancia a veces. Tu forma de decirme que me quieres sin perderte.

Los nuevos aires, los nuevos vínculos. Las nuevas cenas, las nuevas conversaciones. Los jerseys que me robas y nunca me devuelves.

Los domingos tontos. Con tu taza y la mía. Las risas, las salidas. Los lavabos atascados.
Tus atranques lingüísticos. Y como supe que no todos son como Merkel.

Las ventanas abiertas, las cosas que desaparecen, las tardes de compras, los trenes soporíferos.

Y tú. Mi vida. Mi sonrisa, mis ganas.
Mi Madrid particular.
Mi trocito de Plaza, de Callao, de Debod.
Mi parcela en Moncloa. Mis paseos en Ciu.
Mi billete de vuelta.

Por si aún no lo sabes, y por si se te olvida en invierno,
Te amo.

A ti, y a tus días de lluvia.