miércoles, 7 de enero de 2015

Miedos

En enero los fríos se disuelven.
Los embalses ya no tienen agua.
Y quitamos el tapón de las mentiras.
Para ahogarnos en una bañera llena de verdades.

Las noches tienen doce horas.
Y los besos me queman por la angustia de absorberse.

Y te desmayas viendo enamorados en los aeropuertos.
Y me faltas el día que tenías que crecer.
Y qué coño, si aún sigue congelada,
esta angustia de intemporalidad por aquí dentro.

Y las manos me soltaron algunos nudos y pude echar a volar.
A volar por la superficie.
Porque este terror ilógico me ancla en esta esquina.

En mis líos de mantas y de noches de borrado.
Para cerciorarme de que sigo viva y llegará.
Y removerá los cimientos y derrumbará mis diques.

Y sé bien que sólo estoy dando cuerda hacia atrás al reloj.
Porque no hay cosquillas ni sonrisas de embriaguez.
Ni fuegos, ni luces.

Es ese el contrato no hablado que juramos yo y mi yo pasado.
Aunque algunas noches lo rompamos para jugar a la vida.

Y no hay aguas, no hay terremotos.
La pasión se me escapa y no puedo recogerla.

Porque las balas se disparan y dan en un metal.

Y yo quiero que se me abra el corazón y entre luz que barra el polvo.
Porque estoy cansada de arrastrar.
De arrastrar mis piernas y mis manos.
Y encontrar un hueco vacío.

Y sé bien que no es el lugar equivocado.
Pero tampoco el acertado.
Porque yo no puedo salvar los fantasmas de otros.

Porque aún está aquí.
Ese pavor de ver corazones en los trenes.
La taquicardia de ver dibujos en cristales.

Y de no querer que alguien lo sienta.


Por favor, sálvate tú.