domingo, 23 de octubre de 2016

Girasol

Volver la vista atrás.
Y encontrar castillos entre los escombros.
Y sonrisas en los ojos tristes.

¿Recuerdas las hojas secas caer?
El inicio de un otoño que nunca acabó.
Que se llevó la magia que hoy vuelve a resonar en las paredes.
Que arrasó con el brillo que me dabas.
Y fundió a negro la purpurina.

Y esa lluvia que no borraba. Que no cesaba.
Que caía y caía, violentamente sobre mi cielo morado.
Te necesité y no necesité.

Y hoy tenemos una fortaleza hecha de muros de gelatina.
Que tiembla cuando vienes y me lloras.
Porque nunca acaba la tormenta.

Los inviernos acaban, la primavera resurge.
Y vuelves a ser la flor que brilla, mi pequeño girasol.
Que gira y gira y gira en un mundo lleno de zarzas y enredaderas.

Siempre incansable, nunca abatible.
Enraizado hasta la última célula a este sitio que llamamos hogar.
Aguantando, impertérrito hasta la saciedad.

Sigue girando, mi amor.
Algún día llegará nuestro verano.

Te lo prometo.

martes, 21 de junio de 2016

Flores.

Hoy se han caído todas las flores de mi orquídea.
Mis amigos me advirtieron de esto cuando me la regalaron, pero no quería que llegara el día en que sus flores se desprendieran.

Cuando las flores se secan o se caen, siempre me gusta recogerlas y meterlas en un libro. No un libro cualquiera. Escojo cuidadosamente en qué libro voy a prensarlas, porque tanto en el libro queda la esencia de la flor, como en la flor la esencia de esas páginas.

Las orquídeas renacen, como el ave fénix. Mi amigo me dijo que si las cuidas bien y las riegas cuando les toca, es decir, cada dos semanas, ellas te obsequian con nuevas flores cuando empieza otra vez su etapa de brotar.
Algo así como su renacer primaveral.


Yo necesito de eso.
Hay días que me siento como una orquídea a la que se le están cayendo las flores y grita, grita, pero no para que la auxilien, sino para que recojan sus pétalos, los prensen y los guarden como un tesoro, y esperen pacientemente y con amor a que vuelva a florecer.
Que me rieguen de vez en cuando. Me miren, me dejen saber cómo estás las flores que prensaron en el libro.

A veces tengo miedo a estar sola en mi macetero. A que no me quepan las raíces en el tiesto y desee emigrar a un huerto enorme donde estar con otras plantas.
Y entonces pienso en todos los que me riegan y me acongojo.

Hoy prensé dos flores para ti. Las últimas de mi planta y las últimas que veré florecer.
Me hubiera gustado cambiar el rumbo de las cosas, me hubiera gustado ser lo que necesitabas.
Me hubieran gustado muchas cosas…
Pero hoy, justamente hoy, la vida me ha enseñado que hay que ser egoísta y hay que crecer como persona y hay que perdonarse los errores y saber afrontar los desafíos.

La vida no es como una película por mucho que no empeñemos en creer que es así. Las despedidas en aeropuertos no son más que una ficción que se transforma en llamadas perdidas sin contestación.
Lo que siento cuando te veo es sólo eso. Un sentimiento efímero que me calienta el alma, que me da alegría, que me ilusiona. Pero que es ficción en la utopía que tenemos por vida.

Y te seguiría al fin del mundo. Y a donde tú dijeras. Tienes un poder que no conoces y créeme que es mejor que así sea.
Porque podrías marchitar todas las flores o revivirlas y que tuvieran una primavera permanente.
Y lo que acojona eso.

Y no, no me preguntes cómo se llama esa flor. Ni con qué se riega ni cuánto dura. Porque no sé ni su nombre ni si se muere algún día. Lleva en mi más de diez años.

A veces necesitamos etiquetar todo por nombres, colores y formas, y olvidamos qué estamos etiquetando.
Yo no necesito una etiqueta de colores que me diga cómo hacer las cosas. Tampoco un manual de instrucciones, de esos que creía necesitar hace un par de años.

La vida viene sin manual de instrucciones, morimos sin saber cómo funcionan las cosas.
¡Por Dios que no tenemos ni instrucciones de nosotros mismos!

Hace tiempo quería saber la respuesta de todo y quería tener la mayor cantidad de información posible acerca de las cosas. No sé si es este final de universidad, que me ha modificado el código cerebral, pero la ignorancia da la felicidad.

Y te quiero así. Libre, como decía el poema. Y yo contigo.
Y que el mundo, nos vuelva a unir.

Porque aún no se han secado las flores.

Y yo te necesito en mi vida.

Prensando mis flores.

viernes, 22 de enero de 2016

Miedos

Algunos miedos se esconden en alfombras.
En armarios. Tras las puertas.
Entran cuando abres la ventana y se quedan para siempre.

Viven con nosotros y nunca nos abandonan.
Todos tenemos miedo.

Paradójicamente, no es el miedo a la oscuridad que se va encendiendo la luz.
Es el miedo a la propia luz. A que barra desiertos y expanda el color.

Miedo abrir puertas, cajas.
A tender la mano y que la cojan.

Vivo con miedo a que alguien sepa la combinación.
Cómo abrir las puertas y secar los mares.
A que se instale aquí y no le deje irse.

A que aprenda dónde pulsar, qué tela dejar caer y cuántas veces me tropiezo al día.

He aprendido a vivir con otros miedos. Duermen conmigo en mi cama por las noches.
Se acuestan a mi lado y me arrullan.

Pero no puedo contigo.
Me recuerdas constantemente dónde está mi precipicio.
No puedo contigo.


Como ves todos le tememos.
Pero algunos días lo olvidamos un rato, hasta que no recordamos dónde lo pusimos.

Jugamos a no saber a qué estamos jugando, hasta que nos toca tirar los dados y elegir casilla.
Déjame que esta vez, tire por ti.

Ya me la deberás.

sábado, 2 de enero de 2016

Noches pares

Algunas noches pares me atropella el cansancio.

Me clava una espina que me devuelve al universo.
Y me dice: “Ey, recuerda dónde estás”.

Y el hechizo que me envuelve de costumbre, se evapora con el humo.
Y el silencio me acojona.

Las noches pares que llueve sigo intentando ver atrás.
Volver a casa, a la casa que era antes.
Antes de que todo derivara y la vida fuera eso, mi vida.

A la comodidad de ser siempre falsamente feliz.
Tener amigos felices, tener padres felices, tener noches felices.
Tener los nudos que se esconden en la garganta bien lejos.

Que con un paseíto al sol se fueran para siempre.

Tengo vértigos. Muchos vértigos.
Miedo a subirme a la montaña rusa y que la muy puta vuelva a bajar sin frenos.

Y que esta vez no haya nadie que me sujete.
Porque la vida va cambiando, y te lleva por caminos raros.
Y a veces eres tú quien tiene que sacudirse y seguir andando.

Y otra vez esta falsa estabilidad en la que me balanceo, empieza a titilar.

Y créeme si te digo que la vida es muy puta.
Que no te deja respirar. Que te ahoga.
Y que si consigues llevarte bien con ella, es lo más maravilloso del mundo.

Pero de verdad, lo juro, que hay ya muy pocas veces.

Pero algunas noches pares deberían ahogarse para siempre.