sábado, 21 de septiembre de 2013

Grasse Matinée.


Supongo que hay días así.
De cansancio. De niebla.
De grasse matinée.
Días de esos en los que te meterías en una cama muy mullidita y llena de almohadones, y te darías un baño laaaaargo en una bañera llena de agua caliente.

Y dormirías no horas, días, días enteros. Y te alimentarías sólo de chocolate y mermelada, hasta que se acabaran las existencias.
Y te sentarías en la ventana y mirarías el mar y no se oiría nada más.

Días en los que te olvidarías de la alerta. Y borrarías nombres y fotos. Y te quedarías en un estado narcótico sin tener que inducírtelo.
Días en los que desearías que todos las aguas se confundieran, y hubiera un río por el que navegar.
Donde no existieran los idiomas, ni los teléfonos.
Y todos se extinguieran un ratito.

Y se parara el tiempo, pero de verdad. Y las horas no corrieran y pudieras ver siempre anochecer.
En pause, en ralentización del espacio.

Y no tendrías que imaginar nada al dormir. Podrías cerrar los ojos y, al abrirlos, ya sería por la mañana.
Y dejarías de tener piedras en los hombros.

Y habría paz. Paz de la que sólo tiene la gente que tiene paz de verdad. De esa que se imagina uno de color blanca, incolora y sin sonido. Paz. Paz blanca.
Y no habría sensación de peligro, ni de incomodidad, ni de soledad.
Sólo… Tranquilidad.

Y supongo que hay días de esos, de verdad.
Días que la gente anhelaría tener. Días para uno mismo y nadie más.
En un cerco en el que sólo entres tú y tú.

Y podría dejar de lado a todos los que se saben mi nombre.

Y tendría días así, de aire y blancos.
De tranquilidad.
Y supongo que sólo así descansaría.

Y empezaría a ver el mar desde mi ventana.