Como el
balcón al mundo, como el escenario donde todas las combinaciones posibles se
suceden, Alma es el perfecto ejemplo del cambio vital.
Cada
viernes, al llegar las diez, cada habitante, sea pequeño o grande (porque Alma
está llena de pequeños habitantes) contempla admirado el gran momento de la
semana. El gran momento de Alma.
Mike, como
de costumbre, observa desde un pequeño
rincón la magnificencia de su ritual y se pregunta cómo es posible que todos
acaten con tan poca resistencia el nuevo cambio de Alma.
Otro más
desde que la conoce.
En su
inagotable búsqueda de la verdad absoluta, Mike halló un punto discordante
entre las combinaciones de Alma.
La verdad,
que es así como se hace llamar, juega a
esconderse por los pasillos del sector nueve, camuflándose cuando hace falta de
verdad entre los nudos productores de lágrimas.
Otras veces,
coquetea con el tiempo, haciéndolo más inestable, alargándolo, acortándolo.
Algunas
veces, sólo algunas, cae en la rutina.
El Señor
preguntó a Mike en una ocasión si sería feliz sabiendo exactamente cómo
funcionan los engranajes de Alma.
Si de verdad
llegaría al límite de su comprensión, a la meta final de su existencia.
Y aunque en
principio dijo que sí, que era quizás lo que más deseaba en ese momento, tras
un periodo de reflexión llegó a pensar que el conocimiento de todo lo que le
acontece no le daría la felicidad.
Porque la
felicidad está en otras cosas.
Y eso, es
quizás lo que Mike entendió aquella noche.
Que Alma cambia,
como cambian las estaciones, y corre, como corre el tiempo y corren los
momentos.
Y que hay veces
que no depende de ella ser o no ser. Sino que hay otros universos que mueven
sus latidos.
.
Alma
despierta del gran letargo.
Un letargo
que quizás se ha prorrogado por años, pero que nunca ubica un tiempo exacto.
Se dispone a
mostrar a todos los habitantes sus colores, sus nuevos logros.
Todo está
sumido en la mayor quietud posible, nada que desentone, nada que destaque.
Los
trabajadores del reloj biológico no se atreven a mover las manecillas y los
nudos dejan de palpitar, secando sus conductos.
Y entonces
llega.
Alma palpita
como nunca en su vida ha palpitado. Deleita a todos con su golpear incesante,
como un magnético traqueteo.
Sus latidos
se disparan, resuenan en todos los rincones de la ciudad.
Y una niebla
blanca cubre las cabezas, hipnotizando y llenando de sopor a todo aquel que es
capaz de dejarse llevar.
Mike suspira
y mira al infinito.
Y quizás,
sólo quizás, esboza una ligera sonrisa al oír su voz.
Y durante un
instante todo queda en completo silencio.
El redoble.