lunes, 23 de abril de 2012

Casas.


Tengo una concepción extraña del tiempo.
Hay días que no sé qué hora es, y le digo a mi mente que reaccione y se mueva.
Hay pensamientos difusos. De inconstancia, de añoranza.
Como un déjà vu secuestrado.
La tranquilidad de saberte segura en algo que te duele.

Parecen años. Como si hubiera estado mirando por la ventana, viendo las estaciones pasar, y se me hubieran ido un invierno y un otoño al pestañear.
Y me encontrara ante esa línea que define el ser y el serás.

Como si hubiera perdido mi tiempo mirando las ventanas e imaginando cómo sería la vida tras de ellas, cuán acogedor sería su salón y cuánto calor habría dentro.
Y de pronto te das cuenta, de que el tuyo también puede tener calor.
Y lo que es más asombroso, de que hay entes que buscan rodear su línea de tus estaciones.
De pensamientos etéreos y palabras sueltas.

Y te sobrecoges.
Pensando en cómo sería todo si no hubieras elegido mirar ventanas.
Y hubieras preferido ver días pasar, dándote cuenta de cómo pasan las estaciones y sin pestañear.

He intentado encontrar el momento en el que todo cambió.
El instante que me hizo ver las cosas a través de la ventana.
Que me hizo sentir ese vacío cuando las palabras fallan, cuando hay una habitación en sombra.
Que me hizo reaccionar y me hizo ver las horas, y no los minutos.
Como cuando entras en un sitio y la ubicación de las cosas tiene un orden lógico en tu cabeza y de repente, un día cualquiera, la ubicación cambia.

Y he pasado tanto tiempo así, que las sombras de otras casas me acongojan, me asustan.
Me abruma pensar en nombres y en caras, cuando sólo me interesa el cambio de ubicación.

Porque no me creo que mi salón sea lo suficientemente luminoso.
Y porque quiero que mi pequeña primavera sea grande.
Grande como mis ganas.

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