lunes, 22 de octubre de 2012

Frío


En Madrid algunas veces noches se ven las estrellas.
Y suenan cajas de música.
Algunas noches hace frío.
Y cada manta es un pensamiento que pesa.
Y forman un refugio. Del que no tienes que salir si no quieres.

Las canciones, los lugares, los planes. Son un mar.
La excéntrica melancolía de gastar un paquete de pañuelos de casa.
Casa.
Las palabras que van a libro en blanco, buscando su sitio.
Los latidos a los que no les das nombre.
Las cosas, las formas, y esa estupidez de aferrarse a lo que hay.
Y proteger un puñado de papel con un fuerte hecho de salitre.

La necesidad. Y la certeza de que ya hay bastantes primaveras para perdonar.
Para sopesar.
Los hilos, los cabos, las cadenas que no ayudan, ahogan.

El deseo de que la noche no acabe nunca y las estrellas no cesen.
Y el silencio siga ahí.
Para poder escuchar los latidos fuera del ruido de la ciudad.

Y simplemente… Dejar pasar.
Dejar pasar estrellas. Hasta que alguien llame a la puerta.
Y pregunte, ¿Dónde estoy?

La misma pregunta todas las mañanas.
Y la misma respuesta. Por más que pase el tiempo, siempre es la misma respuesta.
Y ni la niebla ni el hastío quebrantan las decisiones.
Más que decisiones, son destinos.

No sé cómo te va por allí.
Ni qué hay, ni si es como lo pintan.
En Madrid a veces hace un poco de frío. Y yo me tapo con tus mantas y veo bailar a la bailarina.
Y aunque me gustaría volver a aquellos días de hastío y niebla y volver a tomar la misma decisión, me siento un poco menos sola.
Y convierto los hilos en bufandas.