lunes, 16 de enero de 2012

Gran Vía.

Gran Vía es el cruce de nuestras vidas.
La fusión de nuestros colores.

Nuestro camino, lo guían líneas coloreadas.
Como el mapa de Metro.
Porque las relaciones son eso, un mapa de colores.

Las correspondencias, son puntos en común.
“Gran Vía, correspondencia con Línea…”

Y las paradas, estaciones de paso para guiar tu camino.


El andén es la sala de espera. El lugar donde observas quién subirá a tu nueva vida.
El tren es el impulsor de la fuerza.
La fuerza interna que tenemos.

El viento en el momento en el que llega, la estación vacía y de nuevo el silencio.
Y un muro impenetrable.

Es el momento en el que los caminos se separan.
En el que se cruzan datos.
Roces, miradas, periódicos.

Se filtran palabras.

Es el momento en el que todo empieza o todo acaba.
El retorno a casa.
El instante en el que el calor del suelo no calentará tu alma.


Gran Vía es el término de una etapa.
El comienzo de otra.
La lección de vida que necesitabas.

Te sentarás en el andén y verás las vidas pasar.
Preguntándote si entre esas cien cabezas hay alguien, como tú, que se pregunte en qué dirección va.

Aprenderás a ser empática, a ser dura.
A llorar en silencio.
A dar lo que te dieron.
A doler donde dolieron.

Comprenderás entonces, que en la fría Madrid, nadie te dará el mapa que necesitas.

Que no puedes subirte a todos los trenes.
Y que a veces, el más desvencijado puede ser el correcto.


Intuirás que algunas estaciones sólo son eso.
Estaciones.

lunes, 9 de enero de 2012

Justo lo contrario al amor.

Las personas tenemos una curiosa forma de ver las cosas.
Es complejo entender la mente de cada uno. Los pensamientos, los deseos.
Pero a veces con una mirada basta.


Tendemos a unirnos. A depender. A poseer.
A confundir términos, a mezclar sentimientos.
A necesitar atención, cariño, comprensión. Aunque eso no implique necesariamente algo más.


Solemos ser ambiciosos. Mentirosos. No con los demás, con nosotros mismos.
Cuando no sabemos qué queremos. A quién queremos.
Cuando lo queremos todo, y no podemos reconocerlo.
Somos nosotros los que estamos perdidos.


Nos hacemos los locos. Nunca sabemos que sentimos exactamente.
Hoy amor, mañana dependencia, ayer cariño.
Pero sabemos perfectamente como terminan los capítulos.



Pedimos lo que no podemos dar. Y lloramos cuando vemos el final.
El final.
Qué efímero. Qué rápido.


Todo se esfuma y volvemos a esa rueda.
A echar. De menos, de más, en falta.
A echar. De nuestra vida, de nuestra cama, de nuestro corazón.


A intentar calcar momentos, a investigar miradas.
Pedir con los ojos un “no me dejes, por favor”.


Como si la vida dependiera de ello.
De quedarnos colgados de una mirada y ver la vida pasar. De inventar que no hay nada más.
Nada más que regalar el tiempo y contar los días.
Como si esa fuera la única estrategia.


Dar y recibir un cambio. Hoy por ti, mañana por mí.
Un te necesito, pero no puedo.


Coserte a mi espalda.
Rendirme y derrotarme.


Como si fuera fácil volver al momento en que la rueda giró.
Y replantear mi existencia sin tus cosquillas.



Marcamos los días con bolígrafo, pintamos corazones en cristales, cuando el nuestro está de vacaciones.
Porque no quiere saber nada.
Esto es algo entre tú y su clavícula.


La historia de cómo perderse y esperar a que te encuentre.
De que se quede tus colores.


http://www.youtube.com/watch?v=tw3b6sfbv6g

domingo, 8 de enero de 2012

Alma. Capítulo 3.

Ya es de noche en la ciudad de Alma.
De noche no significa que el día haya acabado o que haya caído la luz.
Simplemente, es de noche.

No es muy tarde, sin embargo. Apenas las nueve y media pasadas.
Esa hora limbo. En la que si estás acompañado es porque así debía ser, y en la que si estás solo es o bien porque así lo quisiste, o porque no tienes con quien compartir esa hora.

Mike no decide.

A veces piensa que está tan enfrascado con los problemas de Alma, que se olvida de vivir su propia vida.
Incluso puede ser que el propio reflejo de su vida, sea el de Alma.

Hoy Mike sabe que Alma está triste.
No produce lágrimas ni bolas negras, de hecho la producción se ha ralentizado tanto que algunos obreros han optado por volver a casa antes.

Pero el siempre se queda con ella.
Como si con su simple compañía pudiera desatar sus engranajes.
Como si pudiera limpiar sus conductos. Reparar sus grietas.

Hace tiempo que Alma resurgió. Prácticamente resucitó.
Todos la daban por terminada, incluso el Señor.
Pero Mike sabía que daría el gran golpe final, se levantaría y una nueva Era empezaría.

Así fue.
En Alma desde entonces, los obreros visten de colores vistosos, elegantes. El trabajo es menos estresante, porque ya no hay tantos problemas en el núcleo. Basta con mantener las periferias.
La vida de los integrantes de Alma ha mejorado también.
Ya no tienen catástrofes, ni sobresaltos.

Pero el color de Alma ha cambiado.

Alma nunca tiene las agujas en los extremos.
No hay emoción, no hay acción.
Se deja llevar, se deja arrastrar, como si entendiera que la vida es eso.

Como si una simple máquina pudiera entender que no puedes controlar lo que pasa.
No puedes controlar los sentimientos, ni las emociones.

Y a Mike le gusta.
ÉL querría ser así.
Sin tener nunca palabras que decir. Sin sopesar las cosas, simplemente hacerlas, sentirlas.
Y que cuando salieran mal, siempre hubiera una tirita y un poco de plastilina para tapar la grieta.
No habría emoción, no habría acción.

¿Qué pasaría si el corazón fuese una máquina?