domingo, 22 de abril de 2012

Abril.

Como los minutos que nunca quieres ver acabar.
Como el par de alas que te hacen falta. Te gana el silencio.
Abril llega lento, pasa rápido.

Como hacer un terremoto en un desierto.
Y que vuelen al aire millones de motitas de polvo.
Polvo que no sirve para nada, pero que levanta tormentas.

Se lleva todo lo que el invierno reservó.
Y se lo regalas, porque no quieres inviernos.
Sólo primaveras.

Es ese enigma sin resolver.
La vida, en sí. Que no termina de ubicarse en ningún sitio.
Cambiante, sorprendente.

Y llega ese motor que te hace olvidarte de desiertos, de enigmas y minutos.
Que te trae la coherencia que a veces te hace falta.
Que te mueve.

Que te quita el sueño.
Y te lo da en un estado de éxtasis soporífero.

Que come magdalenas y traspasa barreras.

Debe ser el polvo.
La falta de costumbre, las pocas charlas.
El usar hombros de pañuelo.
Esa cosa de volver a tenerlo.

Como no querer reparar jamás un motor.
Para que nunca se mueva.
Y me enseñe poco a poco como ubicarme en este nuevo mundo.
Y me duerma con sus besos.

Porque a veces, llega algo que te mueve.
Y barre desiertos y explota primaveras.

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