lunes, 9 de abril de 2012

Idiota.

Me gusta tu torpeza.
La manera que tienes de tropezarte, de olvidarte de las cosas.
De tartamudear.
Cómo tienes la extraña habilidad de llevarte por delante todo lo que encuentras.
Y tu risa de loca para suavizar la situación.

Me gusta tu manía de tirar la mochila al suelo cuando llegas a mi casa.
Y me gusta más aún el sentimiento de indiferencia que me provoca que todo esté hecho un desastre cuando estás aquí, porque eso es lo importante, nada más importante que el que estés aquí.

Me gustan las ganas que tengo de asesinar a las horas por pasar tan rápido.
Y la carita que pones cuando te digo que no han pasado tres horas, sino cinco.
Me gusta saber que inventaremos la puerta mágica.

Adoro lo bien que hueles.
Y como presionas mi espalda al abrazarme.
Como te echas el pelo hacia atrás, sin delicadeza ninguna.
Y como abres los ojos y los pones inmensos cuando te acuerdas de algo importante y dices: “eh, eh!”

Me gustan tus lunares.
Y me gusta perderme contándolos.
Tu boca cuando duermes.
Tu sonrisa.

Tienes una afición enfermiza a comer magdalenas.
Eres una friki horrorosa hasta el extremo.
Y nunca había conocido a nadie que supiera el significado exacto de “DS”.

Pero eres capaz de casi hacerme llorar de emoción en un vagón de metro.

Tienes la capacidad de ponerme los pelos de punta, de sacarme el corazón del pecho, de hacerme reír.

Y te agradezco infinitamente que me hayas enseñado qué era exactamente el deseo de fundirse.
Ese que tanto leía en los libros.


Me gusta la manera que tienes de tenerme despierta hasta las tres de la mañana.
La manera en que me coges la mano.
Y la ilusión que tienes por cosas idiotas.
Idiota.

Porque eso sólo lo entiendes tú.

Preciosa.

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