miércoles, 25 de abril de 2012

Alma. Capítulo 4.


Como el balcón al mundo, como el escenario donde todas las combinaciones posibles se suceden, Alma es el perfecto ejemplo del cambio vital.

Cada viernes, al llegar las diez, cada habitante, sea pequeño o grande (porque Alma está llena de pequeños habitantes) contempla admirado el gran momento de la semana. El gran momento de Alma.
Mike, como de costumbre, observa desde un  pequeño rincón la magnificencia de su ritual y se pregunta cómo es posible que todos acaten con tan poca resistencia el nuevo cambio de Alma.
Otro más desde que la conoce.

En su inagotable búsqueda de la verdad absoluta, Mike halló un punto discordante entre las combinaciones de Alma.
La verdad, que es así como se hace llamar, juega  a esconderse por los pasillos del sector nueve, camuflándose cuando hace falta de verdad entre los nudos productores de lágrimas.
Otras veces, coquetea con el tiempo, haciéndolo más inestable, alargándolo, acortándolo.
Algunas veces, sólo algunas, cae en la rutina.

El Señor preguntó a Mike en una ocasión si sería feliz sabiendo exactamente cómo funcionan los engranajes de Alma.
Si de verdad llegaría al límite de su comprensión, a la meta final de su existencia.
Y aunque en principio dijo que sí, que era quizás lo que más deseaba en ese momento, tras un periodo de reflexión llegó a pensar que el conocimiento de todo lo que le acontece no le daría la felicidad.

Porque la felicidad está en otras cosas.
Y eso, es quizás lo que Mike entendió aquella noche.
Que Alma cambia, como cambian las estaciones, y corre, como corre el tiempo y corren los momentos.
Y que hay veces que no depende de ella ser o no ser. Sino que hay otros universos que mueven sus latidos.

.

Alma despierta del gran letargo.
Un letargo que quizás se ha prorrogado por años, pero que nunca ubica un tiempo exacto.
Se dispone a mostrar a todos los habitantes sus colores, sus nuevos logros.

Todo está sumido en la mayor quietud posible, nada que desentone, nada que destaque.
Los trabajadores del reloj biológico no se atreven a mover las manecillas y los nudos dejan de palpitar, secando sus conductos.
Y entonces llega.

Alma palpita como nunca en su vida ha palpitado. Deleita a todos con su golpear incesante, como un magnético traqueteo.
Sus latidos se disparan, resuenan en todos los rincones de la ciudad.
Y una niebla blanca cubre las cabezas, hipnotizando y llenando de sopor a todo aquel que es capaz de dejarse llevar.

Mike suspira y mira al infinito.
Y quizás, sólo quizás, esboza una ligera sonrisa al oír su voz.

Y durante un instante todo queda en completo silencio.
El redoble.

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