sábado, 2 de enero de 2016

Noches pares

Algunas noches pares me atropella el cansancio.

Me clava una espina que me devuelve al universo.
Y me dice: “Ey, recuerda dónde estás”.

Y el hechizo que me envuelve de costumbre, se evapora con el humo.
Y el silencio me acojona.

Las noches pares que llueve sigo intentando ver atrás.
Volver a casa, a la casa que era antes.
Antes de que todo derivara y la vida fuera eso, mi vida.

A la comodidad de ser siempre falsamente feliz.
Tener amigos felices, tener padres felices, tener noches felices.
Tener los nudos que se esconden en la garganta bien lejos.

Que con un paseíto al sol se fueran para siempre.

Tengo vértigos. Muchos vértigos.
Miedo a subirme a la montaña rusa y que la muy puta vuelva a bajar sin frenos.

Y que esta vez no haya nadie que me sujete.
Porque la vida va cambiando, y te lleva por caminos raros.
Y a veces eres tú quien tiene que sacudirse y seguir andando.

Y otra vez esta falsa estabilidad en la que me balanceo, empieza a titilar.

Y créeme si te digo que la vida es muy puta.
Que no te deja respirar. Que te ahoga.
Y que si consigues llevarte bien con ella, es lo más maravilloso del mundo.

Pero de verdad, lo juro, que hay ya muy pocas veces.

Pero algunas noches pares deberían ahogarse para siempre.

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