jueves, 8 de septiembre de 2011

Rarezas.

Madrid: Día 11.

Tengo un chicle pegado en la pared de ladrillos del salón.
Lo cierto es que no es por estética. Más bien el técnico de internet decidió que quedaba bien ahí.

Tengo unos auriculares rotos.
Que se dedican a dejar de funcionar cuando voy sola en el metro y no tengo nada que leer.

Los libros se amontonan en mi estantería, hasta que encuentre con qué sujetarlos.
Y los auriculares vuelven a funcionar cuando quiero escuchar la que será la banda sonora de mi nueva vida.


Colecciono mapas de metro.
Y tengo una adicción a él que acabará cuando me aprenda las paradas por las que paso.

Ya conozco sitios interesantes.
Y después de buscar el kilómetro 0 por todas partes, lo encontré tapado por una excursión de chinos.
Intentamos ubicar nuestros pies en nuestras ciudades, pero se desplazaron hacia Andorra, Cádiz y Murcia.

Ahora por fin sé qué coño era el oso con el madroño.  Aunque aún necesito que alguien me explique porque el oso y el árbol tienen la misma altura.

Tengo un frigorífico lleno de comida. Y un armario que reventará próximamente.

Tengo cosas raras. Muy raras.
No son materiales, son intangibles.
Pero son demasiado raras.


Es extraño esto.

El mirar al horizonte y no ver montañas.
Ver todo lleno de chinos, panchitos y gente de compro y vendo oro.

Porque en Madrid parece que sólo hay eso.

El hacer del metro la extensión de mis piernas.
Asomarme por la ventana y ver rascacielos en lugar de ver la Alhambra.


El ir a Ikea y que no sea el de Málaga.
Y volver de él cargadas en el metro, con un tablero de maderas, cuatro patas, un par de almohadas, congelados, pijamas y dos colchones enrollables.

Y que la bolsa se rompa en la puerta de casa.



Tan fácil.

El que me duela la barriga de risa.
Porque es así.

No he parado de sonreír desde que estoy aquí.

Y empiezo a ver esto como mi casa.
Como el sitio en el que me siento bien, segura, cuando vengo temblando y quiero esconderme de la ciudad.

Porque hoy quise.

Y que las chicas se ofrezcan a hacerme la cena y nos peleemos por ver quien coge antes el estropajo para fregar los platos.


No sé cómo saldrá esto.
No sé si estoy cogiendo la línea de metro adecuada.

Pero sé que aunque el camino está un poco inclinado y tiene callejones en los que no debo entrar, el valle está cerca.

Me gusta Madrid.


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