Madrid es gris.
Tiene días azules. Rosas, verdes, negros. Blancos.
Y grises.
He aprendido a tragarme ese gris.
Hacerlo parte de mi.
Como algún día aprendí a tragarme los días rosas.
Conseguir que pase y se instale.
Que se quede, que no haga ruido.
He adquirido esa habilidad de anestesiar.
De adormecer, de aniquilar.
De que resbalen los colores, y quede el gris.
El miedo de que vuelvan los colores.
Y con ellos la ilusión, el ruido.
Madrid tiene el cielo gris.
Aunque a veces veo resquicios de color.
Y entonces, sólo entonces, vuelven conmigo.
Para asustarme, irritarme, chillarme, despertarme… Ilusionarme.
Hacía tiempo que no hablábamos.
Llevo demasiado tiempo sin hacerte caso.
No me lo tomes a mal, estamos mejor así.
Sé que te preguntas que es lo que pasa, por qué lo que antes era ya no es.
Porque antes dolía y ahora no.
Y porque ahora ya no hay nudos y hay suspiros.
Porque no quiero colores.
Porque en cuanto vi uno, el gris lo inundó.
Porque he visto la película.
Y prefiero no prestar mucha atención.
Pero no busques más allá pequeño. Es lo de siempre.
Sólo te has desvelado.
Y si te quedas despierto verás todo el arco iris.
Vuelve a dormirte.
El gris te calmará.
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