martes, 15 de noviembre de 2011

Libros de instrucciones.

Las personas deberíamos venir con un libro de instrucciones.
Al igual que la batería de un portátil no necesariamente sirve para otro, los manuales deberían ser así.

Me río yo de los libros de autoayuda que te explican cómo mejorar tu autoestima, cómo encontrar el amor, cómo hacer amigos…
Son sólo prototipos, para un determinado modelo.
Es como si pretendes que todos los teléfonos móviles Nokia funcionen igual. Seguramente te cargues alguno, porque cada modelo tiene su forma de funcionar.

Así somos nosotros.
No sirven los estereotipos, ni los modelos, ni las generalizaciones.
Ni consultar escaleras.

Llevo buscando mi libro de instrucciones mucho tiempo. Desde que empecé a sentir que no encajaba en el mundo que vivía.
Voy encontrando páginas sueltas, anotaciones, pistas.
Pero he comprendido que el mejor libro de instrucciones no se escribe, se vive.
No lo vas a encontrar en algún cajón, ni te  vas a levantar un día y vas a decir “ostias, ahora entiendo cómo va esto”.

Las ostias que te pegas, son tus lecciones aprendidas.
Y por si la lección no te ha quedado clara, la vida se encarga de recordártela.
Hasta que te canses de darte ostias.


Creo que entiendo cómo va esto.
Con todo lo que he llegado a odiarte, creo que incluso te doy las gracias.

Por haber hecho que guardara bien adentro la inocencia que tenía, por enseñarme a retorcer, a llorar.
Por haberme puesto la película y asegurarte de que me sé el final.

No necesito mi libro de instrucciones.
Me basta con volver a ver la película.

Bastaba.

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