martes, 11 de octubre de 2011

Madrid.



Madrid es como un madrugón a las 6 de la mañana.
Con los ojos pegados, desorientarse en el ardor del metro.
Es como perder la noción del tiempo.
Como perderse en todas las estaciones.

Como un postre sin azúcar. Como un café de Starbucks con demasiada vainilla.
Como una inmensidad.
Una mirada al infinito.
Un infinito demasiado recto.

Madrid tiene la capacidad de narcotizar.
De adormecer sentimientos, de tapar agujeros.
De sorprenderte.

Madrid puede deslizarte.
Puede resbalarte, puede fluir.
Y tú, con ella.

Es como un pañuelo rojo.
Como desnudarse con la mano izquierda.
Tan impreciso y lento.

Como dejar de respirar durante unos segundos.
Y que la cabeza te de vueltas.

Como la sensación que antes no tenías, y que ahora sí.
La de dejar una vida.
La de empezar un camino.


Madrid no tiene ríos.
No que lleven a algún puerto, al menos.
Aunque a veces haya muelles donde poder quedarse.

Quiero quedarme en este muelle.
Aunque todo tiemble alrededor.
Como un terremoto inofensivo.


Como la sensación que tengo cuando se escapa el metro.

Como la sensación de ver subir la marea.


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