martes, 18 de octubre de 2011

Hora de cerrar.

Me he pasado toda la vida controlando todo lo que había a mi alrededor.
Mis gestos, mis palabras, mis expresiones.
Mis sentimientos.
Mis deseos, mis miedos.

Porque podían incomodar, podrían molestar.
Podían crearme conflictos.
Podrían no gustar.
Podía doler.

Y un día cualquiera dejo de hacerlo.
Me lío la manta a la cabeza y digo bah, bajemos la guardia, esto es pan comido.
Y zasca.
Pelotazo al canto.

Necesito vaciar mi mente.
Sí, quizás ese es el kit de la cuestión.

Quitarme las mantas que tengo encima, vaciar la maleta.
Vivo alerta permanentemente.

Vivo con miedo a cagarla. A veces soy demasiado propensa a ello.
A estropear algo bonito.
Y suelo sentirme responsable de las acciones que los demás hacen con algo que me incumbe.

Vivo con miedo a que me derriben la muralla, a que duela.
A recordar otra vez como era llorar.
Y a veces hace falta llorar.

Ya va siendo hora de cortarse las uñas.

Últimamente no sé nada.
Me dejo llevar, es mucho más fácil. Puede que duela a un medio-largo plazo.
Pero lo cierto es que así puedo evitar pensar en cosas que ocupan espacio innecesario en mi cabeza.

No sé nada.
Aunque igual voy sabiendo algunas cosas.

No sé si habré aprendido a llorar otra vez, si conseguiré algún día dejar de pedir perdón por ser una pesada o hablar demasiado.
O si dejaré que me arañen el corazón.

Pero sé quien quiero que me lleve a casa.


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