domingo, 2 de octubre de 2011

Comerte el mundo


Me encanta esa sensación de comerme el mundo.
¿Saben cuál les digo?

No la de arrasar con todo, ni fundir a todo con el éxito rotundo.
Sino la sensación de sentirte seguro. De comerte el mundo.
Tengo esa sensación instalada en el estómago.

La de las noches surrealistas y los días encantadores.
La de los 200/km por hora y las vueltas en la cama.

La de los momentos rápidos, porque se acaba el tiempo.
La vida es rápida, viene, pasa y se va.
Esto es Madrid.

La sensación de ver a alguien y saber que es remotamente imposible que vuelvas a encontrarlo.
A quien sea.
Un barrendero que va en el metro, el que toca la guitarrita en los vagones, una señora mayor, un chico universitario, una niña pequeña…

Y ese gusanillo de pensar que quizás podría ser alguien.
Qué pequeños somos.


El ruido.
El ruido de los coches, de las voces, de los pensamientos.
Ese run run constante.
Y mi espíritu cotilla.

El metro.
Oh, adoro el metro.
Tan lleno de vida, tan lleno de gente, cada uno con sus historias, con sus cosas.
Cada parada es una ciudad nueva.

Mirar donde sea y saber que nadie te está mirando, nadie está pensando en ti.
Pero tú si puedes hacerlo con ellos.
Sentirte aún más pequeña.

Saber que ayer fuiste alguien.
Y hoy… Quizás no.

La sensación de grandeza, de aire, de muro inacabado.
De comerte el mundo.

Y por extraño que parezca, me gusta.


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