miércoles, 12 de octubre de 2011

Maletas.

Hoy me han hablado de maletas.
Sí, de maletas. De distintos colores, formas y tamaños.
Y de cómo cada uno tenemos una.

Esto va así, supongamos que cada uno de nosotros lleva consigo mismo una maleta. Depende de la persona es de un color, un tamaño, una forma, más vieja, más nueva… Y cada maleta tiene una carga.
No una determinada, sino que cada cual lleva un peso.
Puede que el peso sea poco, pero la persona que la porta aguante poco peso. Entonces será igual que si otra persona más robusta lleva un peso de 30 kilos.

Pues bien, cada uno tenemos una maleta. Con una carga.
Un peso que siempre llevamos arrastrando.

Hoy ha sido un día extraño. Muchas confidencias, muchas charlas, muchos consejos.
Me noto extraña.

Como si mi maleta pesara cada vez menos.
Porque yo sé lo que lleva mi maleta.

Y da la impresión de que a cada viaje, cuantas más estaciones de metro recorre, va liberándose.
Con cada palabra, con cada hora.
Cada día.

No me siento bien con ella, es un puto engorro, me pesa y es complicado explicar lo que lleva.
Pero es bonita. Es verde, con algunos floripondios. Antes tenía más, y era mucho más brillante y más nueva.
Pero la fueron descoloriendo.
Y las flores se fueron marchitando.

¿Saben esa sensación de comodidad?
¿De conformismo, de reposo?

Con mi maleta me siento así.
Sé que me pierdo otras cosas. Felicidad, alegría, emoción, pasión.
Pero tengo un miedo de cojones.

De que se pierda y me regalen otra nueva.
Y se le vayan los colores.

La quiero, y a pesar de eso, no necesito muchos motivos para abandonarla en mitad de un descampado.

Sigo buscando un motivo para quedármela. Para que mi vieja y descolorida maleta siga viajando conmigo, protegiéndome de tropezones, caídas, golpes. Pérdidas.
Pero, aunque aún estoy a tiempo, no encuentro ninguno.


Me están vaciando la carga.
Y estoy acojonada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario