sábado, 4 de mayo de 2013

Vueltas.


Supongo que en la vida, como todo en general, es una libreta con un montón de hojas en blanco que nunca se acaba de redactar.
Como si cada página fuera una nueva dirección que tomar.  

Cuando tenía ocho años, me “enamoré” platónicamente de uno de mis actuales mejores amigos. La vida, supongo, da muchas vueltas.

Tantas que dejé sin responder muchas preguntas a mis catorce años, y me olvidé muchas incertidumbres por saber unos años más tarde.

Es el destino. Es el que me empuja a pensar que todas las personas que en algún momento me dijeron todo lo que valía, que apostaron por mi y que ahora no están, son los que me hicieron así.
Que descubrieron mi fortaleza, mi impulsividad. Que me arrojaron a hacerme mayor, a descubrirme a mí misma, a enseñarme el límite de cada una de mis capacidades.

Cada cúmulo de momentos, cada marca que me dejaron, cada anhelo y cada palabra que les dediqué, orientaron mi vida a lo que soy.
A estudiar comunicación, a vivir en Madrid (porque el destino ya me lo dijo a los quince), a vivir cada segundo intensamente.

Cuando tenía quince, un amor raro y no correspondido, me parecía el fin del mundo.
Ahora sé que de amor no se muere, pero que de él si se puede vivir.

Ahora hay miedo de perder lo que ya tienes, no lo que aún no tienes.
Hay caminos distintos, metas distintas.
Insomnios las noches pares, cenas que te gustaría compartir.
Coger un taxi y decir: “mamá, esta noche duermo en casa”.

Habitaciones llenas de historias, que no tienen tu esencia.
Y casas deseosas de instantes, donde guardar nuevas vidas.

A veces me acuerdo de ti. De lo que me marcaste.
De cómo, sin saberlo nunca, guiaste mi vida y me abocaste a ser así.
Y  pienso que me gustaría volver a vernos con quince años, y volver a equivocarme ahí, para luego volver a hacer las cosas bien.

Y valorar las cenas, las salidas, las casas llenas de vida y las sábanas planchadas.
Y acortar esos 500 kilómetros un poquito.

Para poder decir algunas noches: “mamá, esta noche duermo en casa”.

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